Zombis...

Una noche de invierno, me tocó caminar por un callejón sin luz en una zona poco habitada de la ciudad.

Estaba bastante oscuro y había poca visibilidad.

Sin embargo, en algunos momentos las nubes daban paso a una luna llena misteriosa que iluminaba por instantes las calles.

¡Pero aquella tiniebla tenía algo diferente!

De repente, comencé a escuchar un sonido…

Chas, chas, chas, chas…

Era como si alguien con mucho pesar arrastrara sus pies.

A lo lejos, comencé a visualizar una silueta.

En apariencia, de una mujer que se acercaba lentamente.

Caminaba en dirección hacia mí.

Lo poco que lograba identificar a distancia, era el vestido blanco y…

…su cabello largo, oscuro y lacio como hilos de seda que se movían al compás del viento.

Por instantes, mi mente comenzaba a dibujar un escenario bastante tenebroso.

Sin embargo, la falta de claridad no me permitía identificarla bien.

Mi optimismo rezaba porque no fuese la mujer de la película, el aro. 😅

A medida que nos íbamos acercando, mi corazón se iba acelerando y empecé hasta a sudar frío.

No sabía si regresar y correr [vaya momento] o continuar avanzando.

Pero a medida que pasaban los segundos, recordé lo que siempre le digo a mi hija sobre la importancia de ser valientes.

Por lo tanto, fui armándome de valor y me dije… Mi misma, sea lo que sea, ahí voy.

Por fortuna, las nubes nuevamente se desplazaron y el resplandor de la luna aclaró todo.

Lo que me permitió detallar que se trataba de una mujer adulta. Unos 45 años.

Mientras se acercaba, me quedé observándola.

Su forma apática de arrastrar las suelas de sus zapatos me desconcertaba.

Entonces, por un momento me pregunté…

¿Será que está muy cansada?

Su mirada perdida, transmitía pesar.

¡Una pena ver a alguien así!

Me dejó muy pensativa.

Sin embargo, al pasar los días comencé a identificar esta situación en algunas personas, sobre todo en mujeres.

Lógicamente, lo he notado más luego de aquel momento penumbroso.

Mi corteza prefrontal empezó a identificar a todas aquellos que andan así por la vida.

Y como mi trabajo va, de observar y escuchar a la gente, cada vez que lo veo me pregunto…

¿Qué emociones sentirán?

¿Qué estarán pensando mientras andan así por la vida?

¿Pasará algún pensamiento positivo por su cabeza?

Con toda honestidad, lo dudo.

Lo más triste de una persona que arrastra los pies al caminar (salvo que sea por un tema de salud), es la apatía que transmite y la actitud intrínseca de derrota ante la vida.

¿Cómo tener aspiraciones cuando existe una postura que pareciera estar dominada por la pereza mental?

Sin darse cuenta, esa actitud encorva el espíritu.

Lo que también va encorvando la espalda y con el pasar de los años, va formando jorobas rimbombantes.

Cualquiera podría justificar, que en casa se comportaban de esa manera y de ahí la persona copió el patrón.

Pero…

¿Qué pensará sobre esto, alguien que le falta un brazo o una pierna y aun así, avanza sonriente ante la vida con una gran actitud?

De verdad, me preocupa que haya cada vez más personas en esa tónica.

Como si vivieran el día a día en piloto automático.

Bien lo decía mi suegro, “parecen muertos andantes”.

Aunque he llegado a pensar que son, el surgimiento de la era zombi.

Como mujer compadezco que cada día haya más féminas encorvadas.

Perdidas en sus pensamientos, sumergidas en sus teléfonos.

Con miradas de tristeza, de temor y con un sinfín de expresiones desconcertantes.

De continuar incrementándose esta situación, terminaremos teniendo una pandemia de cifosis emocional.

Es decir, de jorobas andantes. De verdaderos zombis.

¡Gran futuro para traumatólogos y quiroprácticos!

Aunque la solución realmente no viene por ahí.

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